El pasado martes, la organización WWF/Adena presentaba en Ginebra (Suíza) un informe titulado Pipedreams? -un juego de palabras entre pipeline (conducción) y dreams (sueños)- que se mostraba, en general, muy crítico con la utilidad de los trasvases de agua.
Entre sus páginas, esta organización destaca tres ejemplos de trasvases, entre todos los que hay en funcionamiento o en proyecto de todo el mundo. Tres trasvases que, lejos de fomentar el uso racional del agua, han promovido su despilfarro.
Este trío lo forman el Trasvase de Snowy River, en Australia; el de las Tierras Altas de Lesotho, en Sudáfrica y el Trasvase Tajo-Segura, en España. De hecho, el primer ejemplo de trasvase mal gestionado, el número uno de la lista es, precisamente, este viejo conocido de los albaceteños.
«Más que resolver una escasez de agua en la cuenca del Segura -indica el informe entregado a la prensa internacional- esta extensa infraestructura hidráulica se ha convertido en un motor del uso insotenible del agua, promoviendo el aumento incontrolado de superficies de riego y los desarrollos urbanísticos en la costa».
De hecho, WWF/Adena lo pone como un claro ejemplo de su tesis principal contra los trasvases, pues considera que «aumentar la disponibilidad de agua con un trasvase puede inducir a un consumo insostenible en la región receptora».
Es más, como consecuencia de esta tesis, la organización ecologista llega a una conclusión: que este trasvase ha dañado no sólo a la región donante, a Castilla-La Mancha, sino también a Murcia, cuya economía está «prisionera» del acueducto Tajo-Segura.
La explicación que da el informe a las consecuencias dañinas del ATS es sencilla: las cifras que se usaron para planificar su construcción y las que ha impuesto la realidad no tienen nada qué ver.
Cuando se puso en servicio, en 1978, «su principal objetivo era cubrir un déficit hídricos estimado en 0’5 kilómetro cúbico por año en el área receptora y asegurar el suministro de agua para 147.000 hectáreas de regadío y 76 ayuntamientos en el sudeste de España».
WWF/Adena recuerda que el acueducto comienza en dos presas en el Alto Tajo, con una capacidad de almacenamiento de 2’4 kilómetros cúbicos, y sus 268 kilómetros de longitud permiten en teoría una transferencia de un kilómetro cúbico por año hacia la presa del Talave.
Pero una cosa es la teoría y otra bien distinta la práctica, porque a la hora de la verdad «las actuales derivaciones de agua son variables y dependen de la existencia de recursos en la cuenca del Tajo. Habitualmente, se transfieren entre 0,2 y 0,4 kilómetros cúbicos por año. Sólo en unos pocos años se ha llegado a transferir el máximo legal permitido de 0,6 kilómetros cúbicos».
Es más, subraya que «en épocas de sequía, siempre que el agua almacenada en embalses de cabecera se ponga por debajo de los 0,24 kilómetros, la derivación se acerca a cero».
Paralelamente -recuerda- en la cuenca cedente, se ha producido un aumento de la demanda, muy por encima de unas previsiones iniciales a las que nunca se ha llegado.