Resulta que ahora va José Bono, el descacharrado político manchego, y vuelve a reclamar el trasvase.
¿Qué quieren que les diga? A mí este prócer, este socialista –¿socialista?–, siempre me ha parecido un demagogo, un vendedor de enciclopedias, de programas de mano a domicilio, y por eso me han venido sublevando sus predicamentos y prestigios entre otros referentes de su línea, tal que el propio Felipe González, a quien clonó sin la sal de Andalucía.
Quizá en el terreno corto, como les ocurre a tantos otros, Pepe Bono se atuse, gane, se meta al personal en el bolsillo, pero, como no he pasado de tratarle en público, no puedo opinar sobre sus más íntimas capacidades de seducción.
Le he visto, como ustedes, rodearse de obispos y folclóricas, chapotear en ese socialismo –¿socialismo?– manchego con las eses aspiradas por la sonrisa de un comercial de sí mismo y del felipismo que lo aupó, y dirigir nuestros ejércitos con arengas de boy scout que hacían bueno a Federico Trillo.
Ahora, ayer, Bono ha vuelto a reclamar el Ebro, a exigir que las aguas sobrantes sean trasvasadas allá donde en España, en Ejpaña, se sufra carestía. En su lenguaje patriarcal, autoritario, tales y subjetivas justicias aspiran a adquirir una categoría bíblica subtonal, algo así como el vigor, la irrefutabilidad de una ley no escrita; es el pastor, el profeta que se dirige a su rebaño desde la altura de un monte seco, y cuya salmodia invoca el milagro de las aguas, de la abundancia, del maná.
Dice este socialista ajoarriero, el expresidente castellano, el hombre que nunca perdió unas elecciones y que aplastó al hijo de Suárez sin tan siquiera nombrarle, que no puede entender por qué el Tajo se trasvasa desde la cabecera mientras que el Ebro, por el contrario, no puede trasvasarse ni siquiera desde la desembocadura.
Bono, ese piel roja, menos de alma, y ahora, un poco como Felipe, en la reserva, no entender por qué hombre blanco monopolizar el agua de los grandes ríos. Su tam-tam ha coincidido con la danza de la lluvia del jefe Arenas, otro demagogo, éste, el mohicano andaluz, más fino y menos descacharrado sobre la jaca que lo pasea por el ferial de la derrota; he aquí que también Arenas reclama el Ebro, y por las mismas razones de supuesta carestía y generosa solidaridad. Habido lo elemental, lo electoral de estos mensajes, más que profesores universitarios, ecologistas o expertos en hidrología deberían ser, en el caso de Bono, sus propios compañeros y amigos, José Luis Rodríguez Zapatero, Marcelino Iglesias, quienes, en tono didáctico, sin acritud, le hiciesen comprender lo profundo de su error, así como el daño originado por sus críticas.
De lo contrario, y de proseguir el educado, o apocado, silencio de Iglesias, podría desprenderse que el PSOE llegara a plantearse la revisión de su política antitrasvasista y, dando pábulo a Bono, Chavez, Ibarra y otros barones pasados o presentes, resucitar el fantasma del trasvase del Ebro. Tesis que podría ganar enteros caso de que Bono fuese rescatado para la política activa en puesto de campanillas donde seguir alternando con la púrpura, las castañuelas y los constructores de presas.