Es cierto que el trasvase Tajo-Segura y la política del agua provocan serias contradicciones internas y luchas territoriales tanto en PSOE como en el PP, y que, por tanto, el asunto es igualmente espinoso y delicado para Zapatero que para Rajoy, para Barreda que para Cospedal. Hemos visto en los últimos años la profunda división que el Tajo-Segura genera internamente entre socialistas y populares valencianos, murcianos, andaluces y castellano-manchegos. La del agua en España, a falta de un gobierno central que ponga coherencia en el conflicto, es una lucha lamentable de todos contra todos.
Fijada esta posición inicial queda, sin embargo, un profundo poso de melancolía en torno a la posición real de Cospedal. Barreda lo tiene claro y ha resuelto ese problema: el presidente de Castilla-La Mancha está en contra del trasvase y quiere cerrar el grifo para siempre, sin tener en cuenta lo que digan ni Zapatero ni sus compañeros del PSOE en Murcia y en Valencia. Barreda va a su trantran y no se sale ni una gota del discurso desde hace años. Si las Cortes Generales deciden echar abajo el nuevo Estatuto de Castilla-La Mancha, incluso con el voto de los diputados socialistas de la región, es algo de lo que él intentará desvincularse y que sean otros los que tengan que explicarse. Es más, utilizará probablemente esta hipotética derrota, si es que se produce, en plan victimista para hacerse aún más fuerte frente al problema que quiere clausurar.
Sin embargo, las cosas son más complejas para Cospedal y a día de hoy no sabemos ciertamente dónde está. Ella lo explica, o lo intenta, pero siempre queda algo enmarañado y confuso. Sí pero no. Evidentemente, como presidenta del PP de Castilla-La Mancha, Cospedal está en contra del trasvase: así lo ha pactado con Barreda y está escrito en la reforma estatutaria. Sin embargo, como secretaria general del PP y número dos de Rajoy, a Cospedal este asunto le quema porque su posición antitrasvasista en nuestra región choca frontalmente con la de sus compañeros de partido en el Levante, algunos tan poderosos como Francisco Camps y Ramón Luis Valcárcel, presidentes de las comunidades de Valencia y Murcia. Y también porque la política nacional del PP en torno al agua no traza los mismos caminos pactados por Barreda–Cospedal en nuestra región. ¿Se enfrentaría Cospedal al programa de Rajoy en este asunto?
En fin. Ellos mismos, Valcárcel y Camps, se lo han dicho muy claro estos días a su «jefa»: por muy número dos que sea lucharán por mantener abierto el trasvase porque les va la vida en ello y forma parte de su estilo natural de estar en el mundo. O sea, en el Levante consideran fundamental aquello que Barreda y Cospedal han pactado cargarse en cuanto puedan. Cospedal, como brazo derecho de Rajoy y, a su vez, presidenta regional del PP tiene por tanto un problema de difícil conjugación. Intereses profundamente contrapuestos a los cuales debe atender en cargos que, como se ve, a veces chocan y entran en contradicción. El reciente episodio de un alto cargo levantino del PP, que puso en un brete a Cospedal, revela hasta qué punto la líder popular no lo tiene fácil. ¿Quiere realmente cerrar este grifo Cospedal? No lo tenemos claro.
Es fácil meter estas palabras en el mismo saco del argumentario socialista de estos días, pero la nueva ofensiva lanzada por Valcárcel y Camps ha dejado más que nunca la situación al descubierto. La línea que separa una y otra posición es muy sutil y Cospedal no ha sabido explicarla todavía de forma clara y profunda, más allá del pacto nacional del agua y todo ese bla-bla. Es verdad que a Barreda este asunto también puede quemarle en su próxima tramitación en el Congreso, pero la amplitud e intensidad de las quemaduras puede hacerle más daño a Cospedal. Lo suyo es más difícil de explicar.