El campo sufrirá transformaciones por el cambio climático pero, no sólo resistiría «la africanización» de España que auguran los expertos por el aumento de hasta seis grados de las temperaturas para 2071-2100, sino que podría aprovecharse de algunos beneficios, como la precocidad de las producciones.
Así lo ha explicado a Efeagro el presidente de la Federación nacional de regantes Fenacore (que aglutina a 700.000 productores y dos millones de hectáreas), Andrés del Campo, en referencia a las prospecciones de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) que dibujan a una Sevilla tan cálida como Arizona y a Madrid con las temperaturas de la ciudad hispalense dentro de 50 años.
Del Campo ha señalado que en un escenario de temperaturas más altas, menos lluvias pero más inundaciones, y duros períodos de sequía tendrá mayor importancia si cabe la regulación de las cuencas hidrográficos y los trasvases, que amortiguarán el impacto y evitarán daños «catastróficos» en pueblos y ciudades.
Ha indicado que la escasez de agua será uno de los grandes riesgos que plantea el cambio climático, porque del recurso hídrico depende la producción de alimentos, según avalan los estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y de la agencia de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Tal es la relevancia de este bien que, según Del Campo, para obtener una naranja se necesitan 50 litros de agua; una manzana requiere de 70 litros y, para elaborar 250 mililitros de cerveza, la cantidad necesaria llega a 75 litros.
En este cálculo de consumo se incluye todo el agua que requieren desde la producción, manipulación, transformación, logística y transporte, hasta la distribución al consumidor final, ha puntualizado el presidente de Fenacore.
Para elaborar una copa de vino se consumen hasta 120 litros, una taza de café, 140, aunque si es tostado y va empaquetado, se dispara hasta 21.000 litros.
Si queremos obtener un litro de leche, son imprescindibles 1.000 litros de agua; para un kilo de trigo, 1.300 litros; para una camiseta de algodón, 2.000; para un kilo de pollo, 3.900; para una hamburguesa, 2.500 y, para un kilo de algunas carnes, 15.500 litros.
Del Campo ha resaltado que esta información será de utilidad a los países para definir si les compensa producir ciertos alimentos porque, en muchos casos, la importación será la opción más barata.
El cambio climático hará que cobren más protagonismo en el futuro las nuevas tecnologías para optimizar el agua y la biotecnología para obtener variedades resistentes a la sequía, como el algodón, el maíz, el girasol, el arroz o el trigo, ha subrayado.
A su juicio, habrá nuevos cultivos, otros, como algunos frutales, podrían desaparecer en las zonas más cálidas y menos irrigables, y ciertas producciones, por contra, tendrán un ciclo vegetativo más corto, apenas tendrán parada invernal y se podrán cosechar antes, como ocurre ahora con algunas naranjas del Valle del Nilo, que alcanzan su madurez en 2 ó 3 años, frente a los 7 de España.
Según Del Campo, la precocidad en el fruto puede traducirse, de este modo, en mayor rentabilidad para el agricultor.
Este experto no sólo desmitifica «el infierno» que dibujan algunas proyecciones climáticas, sino que apunta, contracorriente, que nuestro país cuenta con algunas bazas y ciertas ventajas.
El presidente de Fenacore ha recordado que España dispone de un nivel de aprovechamiento del 45 por ciento de los caudales naturales, con 1.300 embalses, por encima de otros países europeos con mayor publiometría que cuentan, sin grandes obras, con una regulación natural del 40 por ciento.
La debilidad del campo español reside en que ese esfuerzo de regulación se traduce en mayores costes debido a la amortización de las inversiones y el gasto en electricidad, en el mantenimiento de infraestructuras, en la tecnología de regadíos y en la red de Confederaciones Hidrográficas.
También ha apuntado que, en contra de lo que pudiera parecer, zonas del norte del país, Cantábrico y Valle del Ebro pueden aguantar peor una fuerte sequía, al tener menos infraestructuras para guardar el agua; mientras que en el sur de España hay ríos muy deficitarios, como el Segura, que es uno de los más regulados del mundo, por lo que está acostumbrado a resistir estrés hídrico.
Como ejemplo, ha explicado que si dejase de llover de forma continuada la población europea dispondría de agua para 72 días, mientras que California soportaría hasta 850, lo que demuestra en su opinión que no hay que «demonizar» los embalses, ni sus repercusiones ecológicas.
Gracias a las obras de regulación, pueden vivir en España unos 45 millones de habitantes y 70 millones si se suma la población «flotante» porque, de lo contrario, en meses como julio y agosto apenas podrían sobrevivir más de 3 millones, con los ratios de consumo actuales, ha defendido. EFE