La sequía ha venido para quedarse. No es un aserto agorero, es el cambio climático. Todos los vaticinios de expertos nacionales y organismos internacionales coinciden: España sufrirá como pocos países el descenso de lluvias en el sur de Europa por el calentamiento global, hasta un 40% en las regiones más meridionales del sur peninsular.
Según el IV Informe del grupo de Naciones Unidas para el Cambio Climático (IPCC), aquí los eventos graves de sequía, por ejemplo, se presentarán cada cuatro décadas en lugar de cada siglo y durarán varios años. En esas estamos ya.
El 1 de octubre arrancó el año hidrológico y seis meses después se confirma lo peor, un cuarto año de sequía, con precipitaciones un 40% inferiores a las normales. Debería llover mucho esta primavera para arreglarlo, y no parece. Jaime Palop, director general del Agua del Ministerio de Medio Ambiente, habla de la «peor sequía desde 1912». Ángel Rivera, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología, lo deja sólo en la peor de «los últimos 60 años».
En este sombrío escenario, con el ruido de fondo de ‘guerras del agua’ pasadas y presentes, el Gobierno destaca que a ningún español le ha faltado el agua del grifo. «El consumo humano ha estado siempre garantizado incluso en las peores condiciones», decía esta semana Cristina Narbona. «Los barceloneses tendrán agua para beber como la han tenido los murcianos, castellano-manchegos y andaluces», prometía este viernes Mª Teresa Fernández de la Vega en medio de la ‘crisis del Segre’. Los embalses están al 46,6% de su capacidad pero la fotografía es engañosa. Hay cuencas llenas, otras a medio gas y siguen asfixiadas las del arco mediterráneo. Pero todas saben que la situación puede empeorar.
La España húmeda perderá parte de su verdor y la España seca se agostará más. La agricultura correrá con la peor parte. Toca aguzar el ingenio, ahorrar, reutilizar cada gota de agua, depurar, desalar, exprimir la tecnología, racionalizar los usos y desterrar partidismos y banderías políticas.
La amenaza de los pozos
Así, en el caso de Castilla-La Mancha, nadie espera problemas en el consumo doméstico, aunque hay medidas preventivas en marcha. La Confederación Hidrográfica del Júcar ha pedido permiso al Ayuntamiento de Albacete para reabrir pozos con los que abastecer a la ciudad más poblada de Castilla-La Mancha, 165.000 habitantes. Las reservas son también mínimas en los embalses de la cabecera del Tajo, Entrepeñas (Guadalajara) y Buendía (Cuenca), que almacenan poco más de 270 hectómetros, el 11% de su capacidad. Por debajo de los 240 hectómetros la ley que regula el trasvase Tajo-Segura prohíbe más derivaciones de agua a Levante. Estos embalses, antaño el Mar de Castilla, son hoy un lodazal que ha arruinado a la industria turística de los deportes fluviales.
Asolado por la sequía y los miles de pozos ilegales que roban el agua de los acuíferos, el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel (Ciudad Real) agoniza: sólo están encharcadas 18 de sus 2.000 hectáreas.
El agro
Sin llegar aún al límite de agonizar pero con una seria preocupación el sector agrario albaceteño hace frente como puede a esta pertinaz sequía que parece no tener fin. En la estación agroclimática de Albacete presenta en lo que va de año hidrológico el peor registro de precipitaciones, al menos de los últimos ocho años.
El cielo apenas si ha dejado desde el pasado 1 de octubre 102,2 litros por metro cuadrado en esta comarca. Un dato muy por debajo de las cifras que arroja para este mismo periodo la media de las dos últimas décadas y que se sitúa en 173 litros por metro cuadrado, según explicaba el delegado provincial de Agricultura, Manuel Miranda. «A estas alturas de año hidrológico ya hemos tenido un 41% menos de precipitaciones», reconocía el responsable de Agricultura. En los últimos 27 años sólo en el 99/2000 y en el 2004/ 2005 las cifras fueron más exiguas.
En comarcas como Pozo Cañada, este año la falta de lluvias aún se ha dejado sentir más que en Albacete. Desde el 1 de octubre, los registros de la estación agroclimática tan sólo han computado 86,4 litros . Y es que, aunque en la provincia, octubre y febrero han sido meses «normales» en cuanto al volumen de lluvias, la peor cara de la sequía se vio en noviembre, diciembre, y enero.
Aún así, lo peor todavía podría estar llegar. «Tiene que llover en los próximos quince días para que no empecemos a preocuparnos seriamente por la situación de nuestros cultivos», reflexionaba el representante de los agricultores
Las altas temperaturas y la falta de nubes en el cielo que anuncien lluvias preocupan a agricultores y ganaderos. Especialmente a los productores de cereal, cultivo éste que se encuentra en plena fase de desarrollo vegetativo y cuya producción podría verse truncada si el agua no llega.
La espada de Damocles pende, pues, sobre las 230.000 hectáreas de cereal de invierno cultivadas en la provincia. Aunque Miranda aseguraba que la lluvia. si llega en los próximos días, todavía salvaría una futura cosecha que el campo albaceteño no quiere perder. A más largo plazo la preocupación, en caso de que el agua siguiese resistiéndose a hacer acto de presencia podrí hacerse extensiva a los leñosos. Los que ya la sufren son los ganaderos.