La imagen que ofrece hoy el periódico es similar a la que hace poco más de diez años abría la portada de este diario cuando la sequía apretaba sin miramiento a esta tierra. Entonces, los responsables políticos de las diferentes administraciones se lavaban las manos ante la indignación social de ver el cauce del río Júcar como un secarral. Todos buscaron soluciones a medio y largo plazo, y años después siendo ministro de Medio Ambiente, el socialista Josep Borrel, se apuntaba a un Plan Hidrológico que sirviera como solución definitiva y solidaria al problema de la España seca ante la pasividad y también insolidaridad de la España húmeda. Pasaron los años, y pasaron los presidente, y ahora, en el 2008 se ha vuelto a producir la misma situación. El río Júcar, en parte de su cauce por la provincia de Albacete, está seco, mientras casualmente desde el embalse valenciano del Tous, el Júcar no tiene problemas ni con el mínimo caudal ecológico. ¿Qué ha pasado para que una década después el pueblo de albaceteño, el castellano-manchego, se encuentre con este mismo problema? ¿Tan impotentes o ineptos han sido nuestros gobernantes de turno?
Y no es ésta una cuestión de provincialismo, de mirarse al ombligo. Ni mucho menos. Una década da para mucho, y durante este tiempo hemos visto situaciones esperpénticas gracias a una supuesta propiedad de un bien general por parte de las autonomías. El Plan Hidrológico Nacional, votado a favor incluso por el propio ejecutivo de Castilla-La Mancha, pasó a mejor historia gracias a la prebendas que Rodríguez Zapatero tuvo que dar a los nacionalista radicales catalanes. Los mismos que ahora suplican por un trasvase ‘legítimo’ del Segre para que Barcelona no se muera de sed, que por una sencilla regla de tres sería el mismo que desde la España del secarral se pedía para el río Ebro desde su desembocadura, con sus excedentes, sin que entonces el SOS de la otra Hispania fuera escuchado. ¿Qué podemos, esperar entonces, de lo que vivimos en estos momentos?
Albacete sigue siendo la gran perjudica de esta insolidaria situación. Se nos prometio, y por escrito, que los hombres y mujeres de nuestra provincia disfrutarían de un agua como la del Júcar, sin que tuviéramos que depender como antaño de los pozos, donde el agua, aunque potable, no es de la misma calidad que de la del trasvase. Así las cosas, lo que se debe exigir a las administraciones es que dejen en la orilla de nuestros ríos la demagogia de sus grises e interesados postulados, y que de una vez por todas España sea una nación solidaria y no un mediocre reino de taifas.