Si la Albufera no dependiese del Júcar, en sus aguas aún se criarían sepias y mejillones. A lo largo de los siglos, la Albufera se endulzó con aguas fluviales: del Turia, de los barrancos y, sobre todo, del Júcar. El Gobierno manchego de Barreda prefiere ignorar este sencillo hecho histórico porque le conviene: si logra imponer el criterio técnico de que la Albufera no es parte de la cuenca del Júcar, él puede quedarse, aguas arriba, con los recursos destinados al mantenimiento del lago.
La verdad es que los castellano-manchegos parecen tener más aptitud para la acción comunitaria concertada que nosotros. Pepe Bono fue capaz de pararle una autovía a otro Pepe, el ministro Borrell. Ahora Barreda detiene el AVE mediterráneo y el PP y el PSOE manchegos -como el PP y el PSOE aragoneses- votan juntos por la caducidad del trasvase Tajo-Segura, en un caso, o contra cualquier forma de trasvase del Ebro, en el otro. Por suerte, los estatutos pueden decir lo que les venga en gana: gracias a todos los santos, las aguas de los grandes ríos son competencia exclusiva del Estado y a Europa le gusta la Albufera, que sólo puede sobrevivir con aguas del Júcar.
Así pues, no hace falta que abandonemos la política de los trasvases: ella nos abandonó antes a nosotros y, por un quiebro irónico en el curso de la historia, ahora resulta que el primer y mejor garante de nuestros intereses puede ser Zapatero, incluso Cataluña, quién me lo iba a decir: por lo menos Jordi Pujol no se cerraba en banda a ciertos trasvases como sí han hecho Castilla y Aragón. El día que Castilla votó, en bloque, contra el acueducto Tajo-Segura, a nuestro president se le quedó, dicho sea con todos los respetos, cara de doncella a la que acaban de arrebatarle la flor en un descuido. Con los ríos se hace política desde que los jerifaltes de antaño iban prometiendo acequias y huertas y a los rústicos se les ponía cara de Tío Gilito. A ver si nos lamentamos menos y actuamos más.