El uso de una tecnología rusa de uso militar y adaptada después a la exploración petrolífera ha permitido al Ministerio de Medio Ambiente aproximarse al conocimiento de uno de los secretos mejor guardados por la naturaleza en la Comunitat Valenciana: la localización de bolsas de agua subterránea existentes en el norte de Castelló, entre Benicàssim y el límite con Cataluña.
Y es que, pese a que Castelló no tiene problemas de agua para uso de boca sí tiene recursos muy limitados que han impedido la expansión del regadío y condicionan el desarrollo industrial, urbanístico y turístico. Paradójicamente, existe el convencimiento, incluso la certeza, de que hay agua suficiente bajo la superficie y hasta el ciudadano de a pie asiste, estupefacto, al brote incesante de agua dulce junto a las playas de Alcossebre o en el interior de la dársena del puerto sin que pueda aprovecharse.
Un recurso de difícil acceso
En el norte de Castelló es conocida la existencia de once importantes masas de agua cuya caracterización y funcionamiento hidrogeológico presenta «una gran complejidad, debido, fundamentalmente, a sus complicadas estructuras profundas y a sus relaciones entre masas de agua y entre éstas y el mar», aseguran fuentes del ministerio.
Existe también un cierto consenso científico sobre la existencia de unos «importantes recursos renovables» -aquellos que pueden ser utilizados sin que los acuíferos se resientan-de hasta 800 hectómetros cúbicos anuales de los que apenas se dispone de información.
Si se suman las salidas naturales en fuentes y manantiales, los bombeos, las transferencias a otras masas de agua y las numerosas descargas al mar el volumen conocido asciende a 370 Hm3. Quedan pues, en el plano teórico, 430 Hm3 de recursos disponibles, mucho más de los modestos 100 Hm3 que pedía esta zona al cancelado trasvase del Ebro o los 350 Hm3 que se iban a derivar a la Comunitat Valenciana desde el río catalán. Romper con estas incertidumbres, relacionadas con el almacenamiento, funcionamiento hidrogeológico y explotación de las aguas subterráneas, se convirtió, cancelado el trasvase del Ebro, en un objetivo prioritario del ministerio. Pudo aprobarse entonces una campaña masiva de sondeos: cara, de fuerte impacto ambiental y de resultados inciertos, o acudir a nuevas tecnologías que en unión de otras más tradicionales debían permitir adquirir suficientes conocimientos para explotar los recursos existentes.
Por la magnitud de la tarea y por sus dificultades, el Estudio sobre disponibilidad de agua subterránea en el norte de Castelló requería literalmente «ver» no solo «qué hay» sino también «qué ocurre» bajo la superficie terrestre y la del mar, una tarea aparentemente imposible, aunque no para los expertos rusos y un grupo de ingenieros españoles que han formado un joint venture en la empresa Tihgsa para la explotación comercial de Termografía Remota Térmica.
El ojo que todo lo ve
La Termografía Remota Térmica (TRT) utiliza las imágenes de los sensores infrarrojos situados en los satélites para realizar, tras un análisis adecuado de los datos, un verdadero «sondeo geofísico virtual de la tierra».
La tecnología, aplicable también desde helicópteros o aviones para trabajos de mayor detalle, permite detectar mediante el uso de visores infrarrojos las variaciones de temperatura desde satélites situados a 705 kilómetros de la tierra de los que se obtienen, una vez procesados, datos de lo que ocurre hasta 4.700 metros de profundidad.
La pequeña diferencia de temperatura apreciable en materiales y todo tipo de fluidos -hasta 0,001 grados Kelvin de precisión- se convierte, una vez procesada, en valiosa información que «ve» movimientos de tierras antes de que se perciban, desplazamientos de estructuras, cuevas, defectos constructivos, agua o fluidos cuyo comportamiento podría asemejarse al petróleo.
En el caso concreto de Castelló, el trabajo desarrollado por Tihgsa ha permitido, según fuentes de Acuamed, la empresa estatal responsable de aportar nuevos recursos hídricos a la Comunitat Valenciana, identificar y establecer el perímetro de las zonas donde se está produciendo la temida intrusión salina; localizar áreas submarinas donde descargan grandes volúmenes de agua dulce y por dónde discurren el flujo que las alimenta -estudios de detalle dirán si es posible atajarlos y aprovecharlos- y localizar todas las masa de agua, sus posibilidades de explotación y el volumen de recursos disponible y el lugar en el que la perforación de la superficie terrestre tiene más posibilidades de éxito. El análisis de los datos aportados por el satélite ha identificado hasta seis zonas en las que existen recursos hidrotermales que pueden tener algún tipo de aprovechamiento energético o de ocio.