La geología de esta zona albaceteña da lugar a este fenómeno de una corriente caudalosa que se infiltra en el subsuelo
Las últimas lluvias han llevado al Lezuza hasta su insólito final en la llanura
EL FINAL DEL CAMINO
El agua va desbordando el cauce en la zona de Casa Capitán; al acercarse al Aljibarro, se estanca formando pequeñas lagunas, con los desvíos que se hacen para ir aliviando caudal. Pero aún así, estos días el Lezuza, a más de 50 kilómetros de su nacimiento, ya rebasa, canalizado, la aldea, y encharca los campos en los que, finalmente, se va infiltrando en el terreno. Es el final del río, que desemboca así y desaparece en una llanura acostumbrada a estos ciclos de sequías extremas e inundaciones esporádicas.
La llanura albaceteña esconde muchas sorpresas en su aparente monotonía. Una de ellas es un río peculiar, el Lezuza, que nace como un riachuelo más, tiene un tramo medio de caudal discreto, y desemboca… en ninguna parte. Es un río libre, un río que se esfuma en el llano, que muere sin llegar a otro río, ni al mar, ni a ninguna laguna. Literalmente, se lo traga la tierra, allá por la aldea de Aljibarro, al suroeste de La Gineta y al oeste de Albacete.
La sima que fue
El Lezuza le lleva la contraria hasta a la Real Academia Española, que asegura que un río es una «corriente de agua continua y más o menos caudalosa que va a desembocar en otra, en un lago o en el mar». Pues no; el Lezuza se va infiltrando en el terreno, y se pierde antes de llegar siquiera a las cercanías de Barrax.
Salvo cuando, como acaba de suceder en las últimas semanas, se vuelve caudaloso, y sus aguas, casi bravas, buscan el que fue su final de siempre: una sima situada en la aldea de Aljibarro. Es el mundo al revés: el agua que se metía en un sumidero, un fenómeno poco habitual.
Eso pasaba durante muchos años, hasta que los dueños de la aldea decidieron -cuentan las crónicas locales- que estaban hartos de tener una sima en su propio patio, y, en principio, desviaron parte del agua a un canal, y el resto a una sima menor, situada detrás de las casas.
Pero finalmente han optado por desviar por completo aquel peculiar final del río que se abismaba en las profundidades de la tierra, y ahora el agua que consigue llegar hasta allí se canaliza hasta que se pierde en un cercano terreno de cultivo. Adiós a la leyenda de la sima que se traga un río; pero nada cambia en el fenómeno de que el río, finalmente, acabe absorbido en el subsuelo.
Pero antes de llegar hasta aquí, cuando el Lezuza tiene estas crecidas se va perdiendo, semicanalizado, formando pequeñas lagunas que van inundando campos, desde la zona de Casa Capitán en adelante, hasta que, entre el agua que se filtra al subsuelo y la que se evapora, se van desecando.
El problema es que el terreno de esta zona -que los técnicos llaman endorreica, puesto que carece de salida por la superficie- es prácticamente impermeable. De manera que el agua se desparrama, se extiende, inunda tierras que no se cultivan, pero también, a veces, inunda otras en cultivo, y entonces ya no es tan bienvenida. Parece una paradoja, pero en una tierra que clama por el agua, a veces este río se empeña en traerla en demasía.
Salidas
Hay opiniones para todos los gustos; hay quien piensa que si no se le hubiera cerrado el paso a su sima final el río no se encharcaría de este modo; otros sugieren soluciones, como la de pedir perforaciones que alcancen los permeables estratos calizos del subsuelo, que permiten la infiltración, lo que además recargaría los acuíferos.
Esta zona forma parte del mismo sistema geológico que otros lugares cercanos, como la antigua Laguna de Acequión, hoy totalmente seca.
No lejos del río Lezuza, y con características parecidas, se encuentra otro río, el Balazote (llamado Jardín, y Don Juan en otros tramos) que tampoco alcanza el cauce del Júcar para desaguar su cauce; pero en este caso su fin es menos llamativo, porque prácticamente se extingue en canales de riego.
Sólo cuando bajan grandes caudales, como ha sucedido ahora, el agua pasa en abundancia, y en ese caso sigue la canalización de La Lobera, en dirección al canal del Acequión, y el de María Cristina.